19.4.25

Amigos, conocidos, compartir, salud


Josep Pla dividía a los personas en tres categorías: amigos, conocidos y saludados. Los antiguos romanos habrían añadido una cuarta, los
 frater, algo así como los amigos del alma, lo que hoy algunos llamaría bro.

La clave está en no tener un millón de amigos como pretendía la canción de Roberto Carlos. Frater hay pocos porque la amistad hay que regarla y cuidarla y eso no se puede hacer con muchas personas. 

Al final de su vida, Cicerón escribió dos pequeños tratados, uno sobre la vejez y otro sobre la amistad. En sus últimos días, Cicerón reivindicó el valor de la amistad: “La vida sin amigos no vale nada”. No fue el único. El filósofo griego Demócrito (460 a. C.-370 a. C.) sentenció que “en el pez compartido no hay espinas”. Eso es la amistad.

Plinio el joven, que era secretario de Trajano, fue en una ocasión a visitar a su amigo Espurina, que contaba ya con 77 años, el equivalente a un siglo en nuestros días. “No te imaginas lo bien que está. De la vejez solo tiene la prudencia”, le escribió a un amigo. 

¿Cuál era la rutina de Espurina? Dormía mucho y tomaba el sol, con crema protectora, porque los romanos ya conocían las cosmética. También se daba baños de agua fría y caliente, comía poco y paseaba unos cinco kilómetros diarios para ejercitar el cuerpo y el espíritu. Daba esos paseos desnudo al sol y acompañado de algún amigo o esclavo que, a falta de audiolibros, le leía en voz alta. Cenaba con los amigos y mantenía buenas conversaciones. Plinio decidió ponerse a entrenar para asegurarse una vejez tan plácida como la de Espurina.

Para que la pareja funcione hay dos secretos, saber perdonar y ser generoso. 

El perdón no es algo que vaya a beneficiar al otro, hay que perdonar por uno mismo pues con ese gesto se libera energía vital. 

Séneca hablaba de la magnanimidad de César porque ignoraba qué afrentas habían cometido los demás. Pero no solo la filosofía, también la literatura muestra el elemento terapéutico del perdón. 

En la Ilíada, Príamo, rey de Troya, va a ver a Aquiles para pedirle el cuerpo de su hijo Héctor. Aquiles perdona y le entrega a Príamo el cadáver. Ambos lloran al reconocerse en un mismo destino.

Emilio del Río - Clasicista, profesor de la Complutense


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